de maig 12, 2009

La carrera

La verdad es que no sé si creerle a mi tío Mario cuando me cuenta las hazañas automovilísticas de su tío Sofiatto. Lo que pasa es que el hermano de mi vieja lo admiraba mucho y a veces exagera un poco. Pero sin lugar a dudas resulta entretenido recordar las andanzas de un tipo que fue un verdadero fuera de serie. Dandy, playboy, fachero, timbero y aventurero. Las otras tías -cuenta Mario- lo criticaban permantemente, se escandalizaban por sus "hazañas", pero en realidad era imposible no quererlo. Era un ganador nato, aún cuando la mayoría de sus fabulosos negocios terminaran en rotundos fracasos. Aún cuando la justicia lo hubiera convocado en más de una oportunidad por algunas cuentas que no estaban demasiado claras. Pero de esos entreveros, él siempre salía airoso, bien peinado y sin una arruga en el traje. Nunca le faltó una testigo dispuesta a declarar a su favor. Su simpatía lo podía todo.
Y como le correspondía a un bon vivant de su época, al tío Sofiatto le apasionaba el automovilismo. Aquellas frágiles máquinas que se desplazaban a más de doscientos kilómetros por hora lo desvelaban y hablaba de ellas todo el tiempo. Consumía todo lo que estaba relacionado con ellas: libros, revistas, diarios, noticieros del cine y programas informativos de radio.
Sus ahorros dejaron de ir a la mesa de juego -donde en reconentradas noches de poker y dados perdió y ganó siempre con el mismo gesto caballeresco y cortés- para solventar la construcción de un pequeño taller adjunto a la estación de servicio de su propiedad (en pleno centro de Paraná, una mina de oro), en el que preparó un auto con el que comenzó a competir en las carreras zonales.
Y en verdad era bueno. Se impuso en algunos campeonatos y comenzó a ganarse un nombre en la provincia, que en pocos años le comenzó a quedar chica, aunque en realidad, el dinero no le alcanzaba para pegar el salto al gran automovilismo nacional.
Pero una vez más la suerte estuvo de su lado. Y esta vez no fue en el verde paño de los naipes, sino en el roble de los escritorios gubernamentales.
Sucede que el gobierno de Entre Ríos soñaba, como el tío Sofiatto, ganar las primeras planas nacionales, y encaró la organización de una gran competencia automovilística, convocando a lo más granado del deporte motor de Argentina y del extranjero. Cuando leyó la noticia en El Diario, el tío sintió que se iba a largar a llorar. En ese momento decidió que iba a participar de esa carrera, y nadie se lo iba a impedir.
Según recuerda mi tío Mario, que por aquel entonces habrá tenido siete u ocho años, Sofiatto convocó a dos o tres mecánicos que hacían algunas changas en su estación de servicio y por cinco o seis meses se aisló del mundo. Dejó el negocio en manos de mi abuelo (que a pesar de tener una personalidad totalmente opuesta no podía negarse a un pedido suyo. En realidad nadie podía) y se encerró en el taller a dar forma a su sueño. Con poco dinero (apenas lo justo), empeñando algunas pertenencias, apelando a su irresistible simpatía y a muchos contactos ganados en numerosas y largas tertulias de timba y bohemia, fue consiguiendo los elementos necesarios para construir un coche que le permitiera estar en la línea de largada. Cuando empezó no le importaba llegar a la meta cuando ya no quedara nadie, pero a medida que el coche tomaba forma, su imaginación lo iba poniendo cada vez más adelante en la clasificación.
Y así fue que, cuando realizó las primeras pruebas en el circuito del Parque Urquiza, donde se iba a llevar a cabo la competencia, se dio cuenta que en realidad los tiempos no eran tan malos, y que podría abrigar alguna esperanza de dar pelea.
Y llegó el gran día. Un domingo de julio, con un sol casi primaveral y con una multitud dirigiéndose al balneario del Club Rowing -platea preferencial para ver la largada- o aprovechando la inigualable tribuna natural brindada por las barrancas del parque. Era un día histórico. El crédito local, el tío Sofiatto, se vería las caras con lo mejor del automovilismo argentino y de distintos puntos de Europa. Los grandes nombres, Fangio, Gálvez, Marimón... todos en Paraná y entre ellos aquel personaje irresistiblemente querible, famoso por sus aventuras, por su vocación de calavera y ahora porque seguramente le iba a pegar una paliza a los copetudos que llegaban de afuera.
Más por cortesía que por méritos, las estrellas obtuvieron los puestos de preferencia en la grilla de largada, relegando al tío a una de las últimas posiciones. Pero eso no era problema, porque conocía como nadie aquellas calles empedradas y sabía de memoria todos los trucos para ganar la mayor cantidad segundos posibles en cada una de las curvas. Y los dados -una vez más- le mostraron su cara amable. En la tercera vuelta Fangio comenzó a retrasarse. Varios autos no resistieron el irregular circuito y fueron abandonando. Pero sobre todo, se notaba que el equipo del tío Sofiatto había hecho un buen trabajo y la máquina respondía bien. Vuelta tras vuelta fue ganando posiciones y se mezcló con los punteros. La multitud deliraba y rugía al paso del coche pintado totalmente de negro (la pintura la había ganado mintiendo una falta de envido con 25). Cuando restaban cuatro vueltas estaba primero y el escolta no aparecía en el espejo retrovisor. Se le daba, estaba entrando en el gran mundo del automovilismo. Sólo tenía que mantener la diferencia y cuidar el auto. En algunos minutos más simplemente debería elegir la oferta que más le conviniera. Después, Buenos Aires, los grandes premios del turismo carretera y -por qué no- Europa: Montecarlo, Le Mans...
No sabe de donde salió. No lo vio sino cuando ya lo tenía a pocos metros del paragolpes y en un acto reflejo pegó el volantazo, yendo a incrustarse en un añoso árbol ubicado a la vera de la calle Marcelo T. de Alvear. El perro no sufrió ningún daño, el tío Sofiatto algunos magullones. A la carrera la ganó un irlandés de apellido impronunciable.
Al otro día, El Diario le dedicó siete líneas elogiando su habilidad y lamentando el accidente. El resto de la página fue consagrada al ganador y a reportajes a las grandes estrellas, que nuevamente se habían alejado hasta lo inalcanzable.
No volvió a correr, aunque no perdió su habitual aire seductor. Siguió encarando negocios disparatados y gastando mazos de naipes hasta la madrugada. No volvió a hablar del gran premio que se le escapó por un cuzco que se interpuso entre él y la gloria. Pero cada vez que un perro vagabundo acertaba a cruzarse en su camino, se ponía serio y murmuraba: "perros de mierda..."

Madrugada del 20 de febrero de 1999

3 comentaris:

  1. MAGISTRAL

    Para hacer un comic de Isidoro...


    esto explica el nombre del blog?

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  2. y todo esto lo conto "el tio mario"?

    muy bueno

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  3. Buenísimo!!! marcela. Mandaselo al Tio Mario

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