de desembre 16, 2012

RIVOTRIL PARA LOS PERROS

Hubo una época en que los fuegos artificiales eran una cosa extraordinaria, algo a lo que podíamos acceder una o dos veces al año. Sin ponerme a hurgar mucho allende la memoria, rescato claramente el Festival de Folklore de Cosquín y sus fuegos inaugurales, que nos convocaban cada enero para disfrutarlos… ¡a 15 kilómetros! Porque éramos muchos los que en Parque Siquiman salíamos cada noche a mirar el resplandor coscoíno dsetrás de las montañas. Fuera de esa situación atípica, los fuegos artificiales se limitaban a las fiestas de fin de año. Navidad y Año Nuevo traían a los kioscos y almacenes cañitas voladoras, buscapiés, rompeportones, ametralladoras, volcanes, ruedas luminosas, fosforito-cuetes y las insoportables estrellitas a las que eran condenados los más chicos. A los grandes espectáculos de luces de artificio podíamos verlos en los cines. Eran eventos inalcanzables que ocurrían en Sydney, Nueva York o París. Nunca en Córdoba. Y por eso eran noticia que en los informativos de los cines (los únicos que podíamos ver en colores) garpaban muchísimo. Con los años, la globalización, el fuckin’ neoliberalismo y todas esas cosas, las distancias comenzaron a acortarse y las fronteras a volverse mas difusas. Entonces pudimos acceder a fuegos artificiales de cada vez mejor calidad; estaban cada vez más al alcance de nuestras manos y de nuestros bolsillos. Aquellas cañitas pedorras, que generalmente languidecían en la botella de Pritty sin levantar jamás el vuelo fueron reemplazadas por otras más potentes, que buscaban la oscuridad del firmamento para iluminarlo con miles de estrellas. Cada año la oferta mejoraba y cada Navidad y Año Nuevo eran verdaderas orgías de pólvora luminosa con cielos incandescentes. Y a las fiestas de fin de año se sumaron inauguraciones… y después partidos de fútbol muy importantes… y después partidos más o menos importantes… y fechas patrias… y partidos más bien pedorros… y casamientos, fiestas de 15, aniversarios de casados… y ya no paramos más. Fuegos artificiales por cualquier pelotudez. Nunca creí que fuera a decir esto, pero los fuegos artificiales medio que me tienen las pelotas hinchadas. Si un otario como yo puede ir a la vuelta de su casa y comprar una batería de 150 luces sincronizadas que entran en funcionamiento con sólo acercarle un fósforo, la cosa pierde gracia. Sin embargo, el embrujo es endemoniadamente poderoso y persistente. Ok, ya no se consiguen rompeportones de los buenos, esos envueltos en papel madera y atados con hilo sisal, pero me voy a conformar con cualquiera de esas genialidades chinas que bien saben superar la aduana y conseguir el aprobado de Fabricaciones Militares. Así que compren rivotril para los perros.