de setembre 15, 2009

Perfección

"Era el falsificador más grande que ha existido jamás. Gilberto Edilsao Ascencio Guimaraes Costa fue el mejor falsificador de la historia".
Al viejo Ricardo le gustaba acaparar la atención de toda su audiencia. Por eso cada vez que iniciaba el relato lo hacía de un modo terminante. No había forma de no escucharlo cuando pomposamente anunciaba su participación en la charla.
"Conocido en el mundo del hampa como 'El Brasuca', llegó a la Argentina huyendo de las consecuencias de una estafa con títulos de propiedad de terrenos estatales entregados a un grupo de 'Sin Tierra' de las cercanías de Manaos. El trabajo realizado por Gilberto fue de tal perfección que hasta el propio ministro del interior del Brasil debió reconocer la validez de los documentos luego que el departamento de Pericias de la Policía Militar le informara que no existía diferencia alguna entre los títulos apócrifos y los auténticos impresos en la casa de la moneda de Brasilia. De todos modos, el mismo funcionario ordenó a los servicios de inteligencia que eliminaran discretamente al autor del desfalco"
El viejo -que había comenzado su carrera trabajado en el periódico de un pequeño pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires- utilizaba siempre un lenguaje más acorde a una crónica policial que a una charla de fogón. Y nadie creía que fuera un charlatán, porque sus anécdotas eran muy espaciadas, no tenía una en cada reunión, sino que los pormenorizados relatos se escuchaban muy de cuando en cuando. Por cierto, su público era muy seleccionado y no cualquiera podía acceder a sus historias. Cuando entendía que alguno de los presentes no estaba a la altura de las circunstancias, guardaba un mutismo total.
"Su único defecto, tal vez, es que era un romántico. Cuando una causa ganaba su simpatía, trabajaba en forma gratuita, lo que muchas veces le valió la reprimenda -cuando no decididos atentados- por parte de sus colegas. De todos modos, el 'brasuca' no aprendía y se anotaba en cuanta causa justa precisara de sus servicios. Aquel trabajo de Manaos fue uno de ellos. No ganó ni un peso -a pesar de todo lo que se dijo- y debió huir de Brasil con una mano atrás y otra adelante.
Según pude enterarme, al llegar a Buenos Aires permaneció tres años sin actividad. Su capacidad lo llevó, en ese tiempo, a falsificar un porteño perfecto, con los recuerdos de un padre llegado de Italia y muerto en un accidente en el puerto -donde laburaba de estibador- y una viejita española que echó su último aliento limpiando el patio de un conventillo. Su acento era propio de una persona que había nacido y se había criado en cualquier cortada de La Boca o Palermo. En realidad nunca nadie supo que había nacido en Brasil. El apodo de 'brasuca' obedecía a que Gilberto despotricaba contra la política exterior del hermano país, y llamaba a sus habitantes -sus connacionales- de esa despectiva manera.
Obviamente, Guimaraes cambió su nombre. En los ambientes marginales se presentaba como Hilario Bustos y su nombre fue mentado durante mucho tiempo, incluso después de su muerte. Más de una niña de la vida, paraguayitas de las más variadas casas de tolerancia y provincianas de todos los cabarets del Oeste porteño dejaron caer una lágrima cuando se supo lo del suicidio, pero eso es harina de otro costal."
Don Ricardo, que pisaba firmemente los 70 años, usaba constantemente palabras caídas en desuso y frases hechas muy antiguas. Cuando tenía 25 años se fue a vivir a la Capital Federal y recorrió la redacción de varios diarios durante 4 décadas hasta que resolvió jubilarse y venirse a vivir a Molinari, en un pequeño chalet que había comprado en un remate varios años antes, sin siquiera saber en que provincia estaba esa localidad. Era un hombre reservado y disfrutaba la calma de los inviernos del Valle de Punilla. Pero no era hosco y en los meses estivales se relacionaba gustosamente con los veraneantes que le tenían un gran afecto y lo invitaban a todas las reuniones. Sus relatos habían ganado cierta fama en la zona y todos tenían la esperanza de poder escucharlo.
"Cuando comenzó a trabajar en la Capital se hizo famoso entre las gentes de mal vivir y la policía empezó a prestarle atención a las excelentes falsificaciones que aparecían de tanto en tanto. Sus trabajos no eran muchos, pero hacían ruido y le brindaban respeto y admiración desde ambos lados de la ley. A punto tal que fue contactado en forma extraoficial por los altos mandos de la Federal, la Gendarmería y varios jueces. El objetivo no era 'apretarlo', sino encargarle algunos trabajos a cambio de dejarlo tranquilo un tiempo. Quienes tenían a su cargo la defensa de la justicia no buscaban realizar estafas. Lo que querían era alimentar su ego con distinciones falsificadas. Entonces, Hilario Bustos -es decir, Guimaraes Costa- confeccionaba diplomas, acuñaba medallas, imprimía pergaminos, organizabas cocteles y falsificaba funcionarios de segunda línea que expresaban sentidas palabras destacando la personalidad y hombría de bien del distinguido, que dejaba escapar una que otra lágrima y olvidaba por completo que se trataba de una farsa. De todos modos al 'brasuca' no le gustaba que su nombre estuviera en boca de demasiada gente, por lo que seleccionaba minuciosamente sus trabajos, ya fueran pagados en efectivo o con favores.
De todos modos, por más espaciadas que fueran sus apariciones en escena, su sello era inconfundible. Tenía un estilo magistral y lujoso. Sus incursiones eran siempre espectaculares y ganaban siempre las primeras planas de los diarios. Si bien nunca -hasta aquella fatídica madrugada- se pudo probar, pero siempre existió la plena seguridad que era él. Tanto éxito fue alimentando su ego y de ser un tipo de perfil bajo, con el tiempo fue volviéndose fanfarrón.
"
El viejo Ricardo podría haber hecho carrera en el radioteatro, ya que manejaba las modulaciones de su voz y los imprescindibles silencios con la maestría de un profesional. Cuando el relato iba ganando en tensión y en atención, el hombre hacía una pausa, buscaba un cigarrillo, lo encendía, hacía una gran bocanada, saboreaba el humo y lo expulsaba lentamente antes de continuar. Ese momento era la gloria para él.
"Entonces, Guimaraes Costa -o sea, Hilario Bustos- cometió el peor de los errores que puede cometer un elemento de mal vivir: se creyó omnipotente, superior e inalcanzable. Comenzó a salir de las sombras, empezó a disfrutar el ser reconocido fuera del ambiente en el que siempre se había movido. Dejó de frecuentar a las busconas de cinco guitas y fue a coquetear con señoras de la alta sociedad hartas de sus maridos demasiado enfrascados en sus negocios. Iba de una reunión a otra, saltaba de un lecho a otro, hasta que sucedió lo que tenía que suceder."
De contextura más bien robusta, casi calvo y con una barba blanca que le brindaba un aspecto entre paternal y misterioso, Ricardo mantenía dos vicios adquiridos en las cerradas y mal iluminadas oficinas de los diarios de su época: los cigarrillos Imparciales y el café. A veces pedía una ginebra o un wisky, pero normalmente tomaba Coca Cola. Cuando hablaba fijaba la mirada en un punto lejano, sin mirar a su audiencia y en determinados momentos hacía gestos con las manos para graficar la grandeza de una fiesta o la violencia de un combate, la dureza de un dirigente sindical o la varonil personalidad de un cantante de tangos. Sus manos eran una parte más del relato.
"El 'brasuca' se convirtió en el amante de la esposa de un diputado. La mina era una cuarentona bien conservada, con todos sus encantos apetecibles. El marido era un tipo del que se comentaba que estaba relacionado con la pesada, metido en la trata de blancas y el contrabando. También se decía que se había cargado a un par de rufianes que se quisieron pasar de vivos. Algunos afirmaban que la fajaba a la mujer y gustaba de empinar el codo tupido.
Pero ninguno de estos antecedentes impidieron que Bustos se hiciera habitué de la alcoba de la esposa del diputado. Como el tipo hacía continuos viajes al Paraguay para traer mercadería, el 'brasuca' la llevaba a los hoteles más pitucos de Buenos Aires a pasar fines de semana que eran verdadera -y ustedes disculpen- orgías sensoriales.
Por ese entonces, el director del diario me encargó realizar una investigación sobre delincuentes que se ganaban la admiración y el cariño de la gente respetable. Le nombré a algunos famosos, como Borsalino, pero el hombre quería casos actuales y me mandó a hablar con un tipo de la Federal.
El Principal Vílchez era un verdadero personaje que desde hacía un par de años hacía tareas administrativas en la Central debido a que un balazo le había dejado una pierna prácticamente inútil. Era evidente que ese trabajo no le gustaba, pero se lo tomaba con humor. 'Lo mío, caballero, es la acción, la calle, la primera línea de combate' me comentó en nuestra primera entrevista. Aunque bastante bruto, era un tipo de buenos modales, de un gesto impostádamente amable, pero de una dureza intimidante. Enseguida salió el nombre del 'brasuca', de quien yo había oído hablar bastante, aunque sin demasiados detalles. Hasta ese momento era para mí más un mito que un personaje real.
Vílchez estaba obsesionado con Hilario Bustos, aunque -como casi todo el mundo- no tenía demasiados datos como para dar con él. Pero me tiró un par de pistas importantes, como por ejemplo su relación con la mina del diputado. Ese fue el punto de partida.
A partir de entonces, comencé a seguir a la mujer día y noche. Al parecer, el marido sospechaba algo porque estaba siempre protegida -o vigilada- por dos gorilas que tenían pinta de pesados de verdad.
De todos modos, un jueves por la noche, la mina se escabulló de la mansión por la puerta de servicio vestida de mucama. Me sorprendió que una triquiñuela tan simple pudiera despistar a los cancerberros, pero en realidad, mirándole la cara a la luz del día, se podría decir que la inteligencia no era el punto fuerte de esos muchachones."
El viejo Ricardo hablaba muy poco de su vida. No se sabía si era o había sido casado, ni si tenía algún pariente. Tan sólo tiraba algunos datos aislados como nombres de diarios en los que había trabajado o los barrios en los que se encontraban las pensiones donde pernoctaba. Su propia historia permanecía en el más profundo de los misterios.
"Al parecer, 'el brasuca' se descuidó, porque lo agarraron una madrugada cuando salía medio borracho de un cabaret acompañado por dos niñas. La cana montó un operativo espectacular y el hombre tuvo que entregarse, aunque gritaba que no era él a quien buscaba, pero nadie le creyó. En su poder se encontraron documentos falsos -de gran factura- y en el departamento que habitaba en Almagro se secuestraron numerosos elementos que fueron pruebas irrefutables de su profesión de falsificador. Bustos escuchó la sentencia del Juez -25 años de prisión- llorando y jurando su inocencia. Tres meses después apareció colgado en su celda. Así, como un ratero común, se apagó el más brillante falsificador del que se haya tenido noticias en esta parte del mundo."
Una tarde, cinco móviles de la Policía Federal destrozaron la calma habitual del otoño de Molinari. Los coches policiales rodearon la casa del Viejo Ricardo y pocos minutos después se lo llevaron sin ningún tipo de explicación. Dos días después recibí una carta en la que Ricardo me designaba su abogado defensor. Inmediatamente fui a verlo a la alcaldía de la sede de la Federal en La Falda. y allí, con voz cansada, me contó el final de la historia.
"Debo confesarte, estimado amigo, que mi verdadero nombre no es Ricardo, ni siquiera Hilario Bustos. Me llamo Gilberto Edilsao Ascencio Guimaraes Costa y nací en un pequeño pueblo del Estado de Minas llamado Ascençao do María Santísima. Todo lo que conté de mí es -objetivamente- cierto, aún cuando todo pareciera teñido de soberbia. Tan sólo me faltó explicar que en determinado momento me cansé de llevar una doble vida, ejerciendo el periodismo como pantalla y desarrollando mi verdadera pasión por la falsificación. Por eso, cuando el director del diario me mandó a investigar a los delincuentes con gran aceptación en el vulgo, pergeñé el final del 'brasuca'. Fue mi penúltimo acto: falsifiqué un falsificador y falsifiqué su suicidio. Esto último tal vez haya sido el punto más oscuro de mi carrera, pero -aunque me avergüenza- era necesario en ese momento. Pero la verdad es que no aguantaba más el cargo de conciencia y de a poco fui falsificando una investigación que le permintió a un mediocre detective de la policía llegar a la conclusión que Hilario Bustos aun vivía y que residía en un pequeño pueblito en las sierras de Córdoba, presumiblemente alejado del ámbito delictivo."

Enero de 2000