d’abril 24, 2008

EL SEXO DE RASPUTÍN

La historia dice que la de Grigori Yefimovich medía 40 centímetros. Y me refiero a eso que estás pensando. Probablemente esto no sea lo más importante de la vida de Grigori, pero es de lo que me voy a ocupar. Porque si bien sus actos influyeron decididamente en la historia del Siglo XX, pensalo bien: 40 centímetros… relajada.

Grigori Yefimovich

Grigori Yefimovich nació en la localidad siberiana de Pokróskole y murió… no, dejemos su muerte para después.
¡Ah!, a Grigori Yefimovich todos lo conocían como Rasputín.
Como se sabe, Rasputín fue una especie de monje, místico, sanador y varias cosas más que llegó a ser el hombre de confianza del Zar Nicolás II y el protegido de la Zarina Alexandra. Así les fue a los dos.
40 centímetros…
El tipo era pobre, analfabeto, torpe… y se ganó la confianza de los grandes capos de la Rusia de principios del Siglo XX. Eso le abrió muchas puertas, le generó grandes odios y le habilitó las alcobas de buena parte de las damas de alta sociedad.
Su currículum indica que en su Pokróskole natal integró una secta conocida como khlysty (flagelantes), una de cuyas características era que las ceremonias religiosas terminaban en prolongadas orgías. Rastputín no faltaba nunca a misa.
Dicen que de esa experiencia “religiosa” le quedó la costumbre de pegarse revolcones con cuanta mujer se le pusiera a tiro (y las malas lenguas dicen que también varios muchachos fueron objeto de su “religiosidad).
40 centímetros…
A cualquier cortesano que se precie le daría, al menos, envidia que este campesino bruto, fuera el consejero directo del Zar. Y es que Nicolás –que aparentemente era medio salame- consultaba todas los asuntos de estado con el “Monje Loco”, tal como era conocido en todo San Petesburgo.

La familia imperial rusa (no es un postre, che!)

A cualquier cortesano de ley –y a cualquier tipo en general- le provocaría un gran disgusto enterarse que su esposa había sido bendecida por el “báculo” de este siberiano. Y eso ocurrió con buena parte de las esposas de la Alta Sociedad. Las damas hacían cola para arrodillarse ante Rasputín; tan devotas, ellas. Incluso se rumorea que la mismísima Zarina recibió al místico de la mirada penetrante. Y cuando digo recibió, quiero decir recibió. Pero la mayoría de los biógrafos coinciden en desmentir esta especie.
No contento con ello, a Grigori Yefimovich le gustaban los cabarulos y las compañía de las mujeres que trabajaban en estos locales. Era incansable el desgraciado.

Una caricatura de Rasputín

40 centímetros…
Esta historia no podía terminar bien. Y el 29 de diciembre de 1916 la conjura se puso en marcha. En el palacio del Príncipe Félix Yusopov, éste y el primo del Zar, el Gran Duque Demetrio Románov le tendieron la trampa. Con la excusa de una cena íntima (al parecer Félix se quería comer a Rasputín), lo envenenaron y le metieron una buena cantidad de balas en el cuerpo. Después envolvieron el cuerpo y lo tiraron al río Neva. No obstante haberle mezclado en el vino una cantidad de cianuro apta para matar a un caballo, y agujerearle el corazón de un balazo, la autopsia determino que Grigori Yefimovich murió… ahogado.

Las tenía a todas las minas muertas. Y a un par de tipos también.

De acuerdo a la hija de Rasputín, antes de tirarlo al agua, los conjurados le cortaron el pene.
Pero la historia no terminó allí. El “legado” de Rasputín dio vueltas por Europa durante muchos años, hasta que reapareció en 1967, en poder de una viejecilla de París, que lo vendió –no sin un suspiro- por 8.000 dólares a un coleccionista ruso, dueño del Museo Erótico de San Petesburgo, que hoy exhibe, adentro de un gran frasco, toda la hombría de Grigori Yefimovich. La leyenda afirma que basta con mirarla para curarse de la impotencia.
Los interesados se pueden llegar al museo, que está en Furshtatskaya embankment, 47/11a (metro Chernyshevskaya), tel.: (812) 320 76 00. Internet: http://www.prostata.ru Opened daily 8.00 to 21.30

Un par de imágenes del pene de Rasputín adentro de un frasco (espero no herir la sensibilidad de nadie… es muy grande)



Finalmente, un video del tema Rasputín, de Boney-M

d’abril 17, 2008

VAN QUEDANDO MENOS

Nelson Wilbury: George Harrison
Lefty Wilbury: Roy Orbison
Otis Wilbury: Jeff Lynne
Charlie T. Wilbury Jr.: Tom Petty
Lucky Wilbury: Bob Dylan
Ladies and gentleman: the Traveling Wilburys

d’abril 12, 2008

Un poco de yocanyol

Los Suaves - Palabras para Julia

d’abril 10, 2008

Sacco y Vanzetti, asesinados por la Justicia

El 15 de abril de 1920, a eso de las tres de la tarde, Frederick Parmenter y Alexandro Berardelli desandaban los 500 metros que separaban las oficinas administrativas de la fábrica de calzados “Slater & Morrill” de los talleres de esa empresa. Llevaban, en dos cajas, la paga semanal para los empleados. No alcanzaron a realizar la mitad del trayecto por la South Braitntree Av. de Boston. Unas cuantas balas se interpusieron en su camino, dejándolos fríos en el acto. Los autores de los disparos subieron a un coche en el los esperaban otros cómplices y huyeron del lugar.
A pesar de que a esa hora y en ese lugar eran muchos los transeúntes, los testimonios no coincidían. Que cinco disparos, que ocho, que más de diez. Que eran dos los autos que aguardaban a los asesinos. Que era uno solo. Que uno de los matadores gritó algo en italiano, aunque bien podría haber sido en inglés, pero tal vez nadie gritó nada, o no se entendió porque llevaban las caras cubiertas por bufandas, o quizás no. Cincuenta personas se presentaron a atestiguar y sucesivamente se fueron desmintiendo y contradiciendo
Casi un mes después, dos personas con aspecto de extranjeros viajaban en tranvía. Un agente de policía de apellido Connolly observó que uno de ellos llevaba una de sus manos en el bolsillo de modo sospechoso, razón por la cual los invitó a acompañarlos hasta la comisaría más cercana. Allí comprobaron que ambos sujetos estaban armados. Uno llevaba una Colt y el otro una Hamington & Richardson, las dos de calibre 38. No obstante, esto no era un hecho extraordinario porque esas armas eran de libre acceso y portación y cualquiera podía comprarlas y andar con ellas (de hecho, los pasajeros no opusieron ninguna resistencia y en todo momento colaboraron con la autoridad policial). En esa ocasión también fueron identificados: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, italianos. No fueron detenidos por portación de armas, sino por “actividades subversivas”. Para la policía de la conservadora Boston de 1920, nada más subversivo que dos italianos en tranvía.
En ocasiones, la historia se parece mucho a las películas. Nos hemos cansado de ver en el cine (tanto en la pantalla como en las butacas) a funcionarios desalmados que son capaces de cualquier cosa para ascender. Y este es un caso paradigmático. La causa de Sacco y Vanzetti cayó en el juzgado de Webster Thayer, un hombre que en ese momento aspiraba a ser elegido Gobernador de Massachussets bajo la bandera de limpiar el Estado de gangsters, comunistas y anarquistas, palabras que para muchos eran sinónimos. Thayer vio en los dos italianos el pasaporte a la casa de gobierno. Es del caso consignar que los acusados militaban en una organización anarquista. “Mejor para mí” habrá pensado Su Señoría.

Bartolomeo Vanzetti y Nicola Sacco son llevados –esposados- a declarar

El proceso contra Sacco y Vanzetti fue un verdadero manual de la injusticia de la Justicia. No existió ninguna prueba, ningún testimonio, ningún testigo, que incriminara claramente a los acusados. Todas fueron aproximaciones y vaguedades. Por su parte, la defensa demostró fehacientemente que los reos estaban en otros lugares a la hora del crimen. Pero ellos ya estaban condenados desde el principio. Y es que en muchos sectores de la sociedad norteamericana existía (y existe) un gran recelo en contra de los extranjeros, especialmente si estos no se conforman con ser mano de obra barata y aspiran a algo mejor militando en organizaciones sindicales o políticas que no cuentan con el visto bueno del establishment (cualquier similitud con Argentina no necesariamente es pura coincidencia).
El caso Sacco y Vanzetti se convirtió en un escándalo nacional y mundial. Las manifestaciones en apoyo a los acusados fueron cada vez más multitudinarias, tanto en los Estados Unidos como en Europa. Nada de eso conmovió al ambicioso Juez Thayer, que el 14 de septiembre de 1920 los declaró culpables y los condenó a la silla eléctrica. Si bien la sentencia se cumplió recién siete años después (antes de matarlos, a los condenados a muerte en Estados Unidos los torturan psicológicamente un buen tiempo), nada ni nadie pudo torcer el destino de los dos inmigrantes.


Una multitudinaria manifestación a favor de Sacco y Vanzetti

Nicola y Bartolomeo, en su desgracia, fueron elementos para que todos quisieran llevar agua paras su molino. “Debemos impedir que mueran dos italianos. Espero que el Gobernador Fuller de Massachussets quiera dar un ejemplo de humanidad, ya que tal ejemplo demostrará la diferencia entre los métodos del bolchevismo y los de la gran república americana. Al mismo tiempo, su gesto humanitario quitará de manos de los subversivos un instrumento de agitación” dijo Benito Mussolini. Por su parte, Stalin expresó que “El mundo está al borde de grandes cambios. Las movilizaciones de las masas a favor de Sacco y Vanzetti demuestran que estamos en vísperas de grandes acontecimientos populares”.
Pero nada detuvo lo que siete años se había decidido, incluso antes de dictarse sentencia. A Sacco y a Vanzetti los frieron en la silla eléctrica en la madrugada del 23 de agosto de 1927, en medio de una gran agitación popular.
Como epílogo de esta historia, quedan las palabras de Albert Einstein: “Es preciso hacer cualquier cosa para que el trágico caso de Sacco y Vanzetti se mantenga siempre vivo en la conciencia de la humanidad. Los dos anarquistas italianos demuestran que, en última instancia, las instituciones democráticas mas minuciosamente estudiadas no son mejores que los individuos que las usan como instrumento”. Una vez más, Albert tenía razón.