de gener 10, 2011

Crecer de golpe



No tengo que hacer ningún esfuerzo para verme a mi mismo, en el living de la vieja casa de calle Deán Funes, sentado en el piso, mirando absorto al enorme combinado desde donde salía su voz cada tarde, durante muchos años.
María Elena era, para mí, una más de la familia. Una de esas tías que cuentan historias increíbles y maravillosas. Historias de mundos al revés, de brujitos que fracasan ante la ciencia, de ositos que se quieren comprar todos en bazares imposibles y de vacas que alcanzan estudios superiores.
Creo que mi caso no es único. Creo que toda una generación –o dos- hemos tenido la gracia de poder forjar, al conjuro mágico de su voz, un niño perenne en nuestro interior. Los que hoy contamos entre 30 y 50 tenemos a nuestro lado al valiente Mono Liso, a su Majestad la Reina Batata, al gato que pesca e inclusive a la Pájara Pinta para enfrentar (Spineta dixit) a todos los males de este mundo.
Bueno, hoy esa tía mágica se nos fue. Y quienes crecimos con su voz de nuestra parte nos sentimos un poco más solos. Con Juan Poquito, María Elena se montó en el último tranvía que quedaba todavía. Y al niño que llevamos adentro no le quedó más remedio que crecer de golpe.
Nos quedan sus canciones. Las infantiles y las que descubrimos en la adolescencia. y nos queda ella, en el Olimpo de nuestros dioses paganos, con Luca, con Miguel Abuelo, John y George, Pappo y, obviamente, el Señor Juan Sebastián.
Chau, tía María Elena. Hasta pronto.