d’octubre 01, 2007

EL PORRO DEL EDECÁN


Por origen, por historia, por idiosincrasia, por cojones, porque sí, por joder; el rock siempre se enfrentó al poder. El rock no es música de presidentes, cuando las canciones de rock hablan del presidente, es para putearlo, para decirle que deje de robar, de transar, de cagar a la gente, de matar…
No está bien que los músicos de rock se lleven bien con el poder. El rock es estar en contra de los que gobiernan, sean del palo que sea. El rockero es inconformista y le hecha la culpa al gobernante. Eso fue siempre así, y sobre todo desde que vio la luz la canción de protesta (a los efectos prácticos, incluiremos dentro del item “rockero” a hippies y cantantes más o menos folk). Desde entonces, los únicos gobernantes buenos son los de países cuyos nombres no tienen ninguna vocal, y su ubicación en el Google Heart es siempre difícil (o imposible), aún cuando siempre están más allá de los Urales y más acá de Japón.
Por eso es molesto, irritante más bien, ver que algunos de nuestros más representativos rockeros vernáculos vayan a tocar al salón blanco de la Casa Rosada. ¿Para qué carajo tienen que ir a tocar ahí? ¿Qué quieren demostrar?
¿Cómo se puede cantar “Demoliendo hoteles” con todo el público sentadito en sus sillas con tapizado de terciopelo punzó? ¿Cómo es posible escuchar “Ana no duerme” moviendo el piecito derecho y nada más? ¿Se podrá disfrutar “Ciudad de pobres corazones” sin aflojarse la corbatita de seda? ¿Alguno del público se encenderá un caño o el Edecán del presi se lo confiscará para fumárselo más tarde con algún subsecretario? ¿Y si el dueño del porro es un sobrino de una amiga de una asesora de la telefonista del pelotudo de Alberto Fernández, que cree que es rockero porque escucha a los Super Ratones?
A esta altura de las cosas, tengo que aclarar que no me molesta en lo más mínimo que Soledad o Diego Torres canten en el Salón Blanco para los allegados a algunos funcionarios de cuarta o quinta línea. No me interesa. No son artistas que me gusten. Pero Charly, el Flaco y Fito… ya es otra cosa, y no encuentro ninguna excusa para esta forma de proceder.
No soy tan cándido como para creerme que la rebeldía pregonada por el rock no estaba muerta al nacer. Ok. Es todo un negocio. Pero aún en esos términos, hay que decir que el negocio funciona si es creíble. Si Bono quiere comer malvaviscos con Bush mientras solucionan el tema de la pobreza en el mundo, que lo haga. Pero que no lo divulgue ni se saquen fotos juntos. Ninguno del los Stones es un “street fightin man” hoy por hoy (probablemente nunca lo hayan sido). Todos sabemos que son señores mayores que veranean en islas paradisíacas y a veces se caen de las palmeras por haber mezclado mucha cocaína con mucho vodka. Pero aún así, no era necesario que fueran a comer pizza con champagne con el primer presidente de república bananera que se lo ofreciera. Hay que mantener la imagen rebelde, aún con trajes de U$S 20.000.
En medio de todo esto, hay que rescatar la actitud digna y solidaria de los Divididos, que en medio de toda la paranoia post Cromañón (cuándo era prácticamente imposible hacer un recital de rock en Argentina), rechazaron la invitación para ir a tocar para los chupaculo del Presidente porque no sabían si el local tenía habilitación Municipal.

1 comentari:

  1. asi debe hablar capusotto cuando se enoja.


    habria que recomendarle este blog.

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