de juliol 02, 2009

La tumba de la fertilidad



La imagen de la tumba de Victor Noir es mucho más conocida que su habitante. En muchísimas oportunidades hemos visto la foto y los más afortunados han podido apreciarla en vivo y en directo, en el parisino cementerio de Père-Lachaise, el más famoso del mundo y en el que cientos de celebridades y ricachones han sido prolijamente deborados por los gusanos. La lista es larguísima y está integrada por músicos, escritores, políticos, mediums, gente que tenía guita, curas, bailarinas y más gente que tenía guita.
Algunos nombres de personalidades que descansan en el Père-Lachaise son Apollinaire, Balzac, Bizet, Chopìn, Isadora Duncan, Gay-Lussac (ese es el apellido, como Prat-Gay, no es que haya sido gay… es Gay ¿Se entiende?), Moliere, Jim Morrison, Iyes Montand, Proust, Rossini y Oscar Wilde. ¡Qué vecindario! Lastima que están todos muertos.
Pues bien, entre todas estas celebrities yace para siempre Victor Noir, cuyo verdadero nombre era Yvan Salmon, y que era un periodista del períodico republicano “La Marseillaise”, y que en 1870 fue asesinado por Pierre Bonaparte, sobrino de Napoleón III, quien por entonces gobernaba Francia con mano de hierro.
El Director de La Marseillaise era Pascal Grousset, un periodista, escritor y político de extrema izquierda y que desde las páginas del periódico atacaba sin piedad al gobierno de Napoleón III. Y al parecer, a toda la familia, ya que Pierre Bonaparte, no obstante ser un diputado de izquierda y –por ende- opositor a su propio tío, se consideró ofendido por un artículo del períodico y retó a duelo a su director.
En calidad de padrino, Victor Noir se entrevistó con Pierre y al parecer, la conversación tornó en discusión y de allí pasó a la agresión física. En determinado momento, Noir levantó su bastón y Bonaparte desenfundó y lo liquidó de un tiro. Cuentan las crónicas -para hacer más dramática la cosa- que Noir iba a contraer matrimonio al día siguiente.


Pierre Bonaparte le mete plomo a Victor Noir, según un grabado de la época

Si bien las autoridades quisieron mantener este hecho con la mayor reserva posible, se calcula que unas 100.000 personas fueron a las exequias del malogrado periodista.
Sobre su tumba fue depositada una escultura de Jules Dalou, quien representó al occiso (¡que palabra!) como habría quedado al caer fulminado: con las ropas y el cabello desarreglado, la galera a un costado del cuerpo y… una inocultable erección en su entrepierna.
En algún momento de la historia comenzó a correr el rumor de que las mujeres que tenían problemas para concebir, debían frotar el miembro de Victor Noir (el de bronce, obviamente) para poder quedar embarazadas (obviamente después debían hacer algunas cosas más). A partir de entonces, una interminable sucesión de manos, labios, lenguas y vaya a saber que otros sectores de la anatomía femenina, fueron desfilando no solo por la entrepierna del periodista, sino también por su boca, su nariz (servicio completo, que le dicen) e inclusive las puntas de sus botas (no, si París está lleno de viciosas), hasta lograr una decoloración que más de uno envidia.
Durante varios años, el monumento mortuorio estuvo enrejado para evitar actos reñidos con la moral y las buenas costumbres, ya que mujeres de todas las edades se montaban sobre la estatua para quedar embarazadas (y al parecer varias querían que el padre fuera la propia estatua); pero con el tiempo las autoridades se dieron cuenta de era inútil e incluso peligroso, ya que algunas personas sufrieron heridas al intentar sortear la valla para cumplir con el rito que les daría fertilidad.
En la actualidad, la tumba de Victor Noir es una de las más visitadas del cementerio Père-Lachaise, y no solamente mujeres en busca de la maternidad se animan a sobar el bulto (perdón por crudo de mi lenguaje), sino que todo turista bien nacido se saca una foto haciendo la caricia de rigor, aunque después no se la muestren a nadie, como alguno que yo conozco.





No pude averiguar si hay peli, pero la verdad es que no entiendo que hacen los guionistas franceses. ¡Está buenísima la historia! En el papel de Pascal Grousset propongo a Gerard Depardieu (una película francesa sin el gordo casi que no existe), y como Victor debería estar Rocco Siffredi, a juzgar por el zodape.

A continuación, reproduzco una nota aparecida en Página 12, en la que el relato de la cronista alcanza momentos verdaderamente calientes

El muerto caliente
Por María Moreno

Con la melena ensortijada como si hubiera sido revuelta por alguna mano, la galera volcada, los labios y bragueta entreabiertos, la estatua de Victor Noir (née Ivan Salmon) descansa y no descansa. Una erección palpable a la altura del pantalón ha provocado la calentura de algunos paseantes y Victor Noir, periodista de La Marseillese, asesinado a los 22 años por Pedro Bonaparte, es hoy sistemáticamente sobado a través de su monumento donde el bronce se ha oscurecido en la entrepierna, adquiriendo al aspecto de un derramado seminal producto de la polución nocturna o de una fellatio de apuro. El escultor Jules Dalou, sin duda, ha sido un transgresor: primero por hacer un monumento funerario que representa al muerto acostado en una pose forense que pretende hacer una réplica demasiado viva. Yo sabía de las erecciones de los ahorcados, pero no de los heridos de bala. O bien el bueno de Dalou, como el joven Salmón fue muerto un día antes de su boda, quiso dar a la que no llegó a ser su viuda la imagen libidinosa que ella no pudo gozar como casada. Las buenas conciencias han hecho de Victor Noir un mito femenino. Lamerlo “ahí” o montarlo con la audacia que exige eludir a los guardianes, garantizaría la fertilidad. De vez en cuando, sobre la bragueta abultada y corroída, aparece, paradojal y sorpresivo, un escarpín celeste o rosa. Pero la insistente mención de Victor en las páginas gay de Internet, muestra que el mito ha sido expropiado y adaptado: tocar íntimamente la estatua de Victor Noir responde a una superstición más gratuita y placentera que la de garantizar la fecundidad: hacer feliz el sexo bucal con amigo o desconocido, ya sea en el cementerio mismo, como en el yire. “Toda degradación, por medio de grafittis, tocamientos indecentes u otros medios puede ser perseguida”, dice un cartelito. Pero yo no sé francés. Mi amigo Karl me toma una fotografía mientras practico cívicamente el ritual y, si en ella mi mano aparece ligeramente corrida, es porque la estatua de Victor Noir calza largamente hacia la izquierda. Jamás contacto similar, pero en vivo me dejó la mano tan fría. La guardo en el bolsillo, ligeramente avergonzada por mi falta de imaginación. Arriba las nubes parecen venir hacia nosotros.

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